miércoles, 24 de febrero de 2016

Irónicamente inmarcesibles.

          Hace tanto que no escribo que me sangran los dedos, añorando el suave tacto de una hoja de papel.
          La sangre brota de ellos queriendo ser tinta, entregada a la noble causa de la prosa sincera, caótica y decadente de una mente estúpida y confusa como es la mía.
          Los dedos, entumecidos, buscan con agonía un bolígrafo con el que alzar sus estandartes ante el ejército de palabras, dispuestas en la puerta de mis labios, que jamás pronunciaré.
          Las palabras sufren, pues saben que no serán dichas por la sequía de inspiración, casi extinta en una taza de café aún caliente.
          Caliente como los cadáveres de mis musas, irónicamente inmarcesibles, que se amontonan en una esquina de mi cuarto menguante, aspirando, en vez de inspirando como hicieron en su día, el dulce olor de la muerte.
          La Muerte.

          Muerte que llega en forma de vida.
          Vida que sólo otorga muerte.

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